viernes, octubre 26, 2007

Problemas

Me acuerdo que ese día salí contento de la sesión con el psiquiatra. Me jodía pagar tanto (80 pesos la hora), pero al menos me había regalado una muestra gratis de Alprazolam, unas pastillitas subliguanles que me hacían acordar al Mejoralito que tomaba de chico, aunque con feo sabor.

Cuando le estaba pagando a la secretaria, mi celular comenzó a vibrar en el bolsillo del pantalón. Tenía un mensaje de texto de alguien a quien no tenía registrado que decía: “te amo x favor no me dejes”. En ese entonces no tenía a nadie que me amara ni a quien pudiera dejar, así que me quedé intrigado.

Ya arriba del 39 de regreso a casa respondí con un escueto “eh­­?”. No obtuve respuesta, así que cuando llegué a casa agarré el teléfono fijo y llamé al número que había quedado en la memoria. Para mi felicidad, me atendió una chica.

- Hola
- Hola quién habla? -me preguntó sollozando.
- Ah, no mirá recién me mandaron un mensajito al celular desde este número y quería ver quién era.
- Ah disculpame, es que estoy muy mal hoy y me debo haber equivocado, perdoná.
Silencio incómodo.
- Ok bueno... chau que te vaya bien.
- Chau.

Tras colgar me quedé cinco minutos pensando y volví a llamar:

- Hola sí, disculpáme, pero me di cuenta que estabas llorando, y, aunque no te conozca, pensé que por ahí querías hablar con alguien.
- Puede ser, lo que pasa es que me peleé con el chico con el que salgo y no soporto muy bien las separaciones, aunque la verdad que es un idiota, pero bueno.

Busqué mostrarme todo lo comprensivo posible ya que la voz de la chica (Mariana) me resultaba atractiva y además era obvio que quería dejar atrás pronto al otro muchacho. Al final de la charla, ella ya parecía repuesta y quedamos en volver a hablar.

II

Esperé una semana para volver a llamarla, porque me parecía que podía sonar un tanto desesperado un tipo queriendo levantarse a una mina que había conocido de esa manera. Sin embargo, todo salió bien. Me dio su dirección de msn y comenzamos a chatear regularmente (ella desde su casa, donde hacía trabajos de diseño, y yo desde la agencia de publicidad donde trabajaba).

Auque parezca un descenso pasar del teléfono al chat, este paso resultaba vital para obtener una foto de la chica, ya que a esta altura, con los avances tecnológicos existentes, una cita a ciegas es algo totalmente ridículo. Por suerte a ella le gustó la foto que tras seleccionar cuidadosamente le mandé y a mí me pareció bien una de ella donde se la veía tomando cerveza con dos amigas más feas (astuta elección).

Quedamos en vernos el sábado a la tarde en la Bond Street, donde ella tenía un cliente y yo estaba interesado en comprar una remera que ya había visto (verde, con el logo del Mundial México 86). La reconocí fácilmente en la entrada de Rodríguez Peña y me pareció más linda que en la foto: morocha con peinado a la moda, dientes conejito y lindo cuerpo. Yo por mi parte me había esmerado: llevaba una chomba Rómulo con rayitas finitas celestes, blancas y marrones, pantalón Levi’s azul oscuro y zapatillas All Star negras.

Pasamos una hora mirando vidrieras en medio de un calor agobiante y después (ya eran las 20) la invité a tomar una cerveza en Muy París, frente a la galería. Como en cualquier primera cita intenté mostrar todas mis virtudes y ocultar mis debilidades, más que nada psicológicas. Ella estaba encantadora, muy dispuesta a olvidar al pibe que la había dejado, un programador de sistemas que aparentemente no la entendía en absoluto.

Pasaron un par de horas y no creí conveniente invitarla a comer, así que tomamos un taxi y la dejé en su casa de Palermo Viejo, donde vivía con una amiga que estudiaba la misma carrera que ella en la UBA.

III

En el siguiente mes nos vimos una vez por semana y la pasamos bien. Yo tenía la leve sensación de que estaba conmigo porque no podía estar sola, pero a mí me pasaba algo parecido así que el trato me resultaba justo. Hasta que algunas cosas comenzaron a surgir.

Ocurre que cuando uno oculta una problema mental, está muy pendiente de que la otra persona no se entere y eso genera nervios y ansiedad. Una noche tuve que salir corriendo de una sala de cine porque pensé que me moría en ese mismo momento. Fui corriendo al baño, me tomé una pastillita y al rato me calmé. Cuando salí, Mariana me esperaba afuera.

Me preguntó qué me pasaba y debí responderle humillado: “Cada tanto tengo ataques de pánico, en realidad no es nada, pero siento que me voy a morir. Antes terminaba en guardias de hospitales cada dos por tres, pero ahora estoy mejorando”. Afortunadamente ella se lo tomó bien y esa noche dormimos por primera vez en mi casa.

Al revelarle mi problema, comencé a sentirme mucho mejor con ella y todo comenzó a ir perfecto. Sin embargo, una madrugada me llamó desesperada desde su casa. “Podés venir rápido que no me siento bien”. Me vestí en un segundo y me fui a su casa en taxi. En 15 minutos estuve ahí.

Me recibió histérica. Temblaba y me abrazaba. Cuando le pregunté qué le pasaba, sólo me pidió que me quedara con ella a dormir, que su amiga se había quedado en lo del novio. Me quedé de buena gana y dormimos en paz.

La mañana siguiente se presentaba soleada y como era sábado nos quedamos a desayunar en su cocina. “Me contás qué te pasó”, le pregunté. “Tuve un sueño horrible. Iba manejado y de repente me encontraba con tres chicas en la ruta. Una era una nena, otra una adolescente y la otra una joven de mi edad. Las tres estaban vestidas de negro y me di cuenta de que las tres eran yo misma. Lo que pasaba era que a medida que les preguntaba sus nombres, cada chica se iba muriendo. Al final, yo misma me moría y ahí me desperté gritando y te llamé...”

Bueno, su sueño era feo pero no para tanto, así que más allá de algunas crisis de ambos, la relación creció y nos fuimos presentando familia y amigos. Ella se quedaba muy seguido en casa a dormir y finalmente una tarde fría de julio decidimos que trajera sus cosas y se mudara.

IV

De vez en cuando, cuando dormía, me pateaba, o me clavaba el codo o gritaba incoherencias. “Todo el mundo tiene problemas”, pensaba yo y no le daba importancia. A mis amigos les parecía bastante “rara” por su forma de vestirse –casi siempre de negro- y por cómo a veces parecía colgarse mirando la pared o un punto de la habitación.

Una noche se quedó sin hablar durante toda la cena. Por más que intenté sacarle palabras, no pasó nada. Al fin me dijo:
- “Veo a alguien atrás tuyo”.
- “Cómo atrás mío? Atrás mío no hay nadie”.
- “Pero yo lo veo”
- “Y quién es?”, pregunté ya bastante asustado.
- “No sé, pero está ahí”.
- “Pero qué se supone que es, un fantasma, algo así?”
- “Puede ser. A veces veo gente que los demás no ven, en general es la misma persona”.

V

A partir de ahí, comencé a preocuparme en serio. Me confesó que además de ver personas invisibles para los demás, frecuentemente escuchaba voces, que la llamaban por su nombre o simplemente le decían cosas que le costaba comprender.

Yo traté de que dejara de ir a la psicóloga lacaniana que prácticamente no le hablaba y sólo trataba de indagar en recuerdos traumáticos de su infancia. Las pastillas me habían hecho bastante bien y me parecía que tratar problemas mentales con la psicología tradicional era como querer curar una infección con sanguijuelas. Pero bueno, no pude convencerla y la relación comenzó a agriarse.

A veces estábamos bien, pero sus visiones eran frecuentes y me daba miedo de que alguna de las voces que escuchaba le ordenara clavarme un cuchillo en la cabeza o algo así. Por ese temor, me costaba dormir y la verdad es que ya estaba hinchado las pelotas de tantos problemas. Ella estaba cada vez más flaca y ojerosa. La vida cotidiana era un asco y casi no teníamos relaciones. Tampoco podía quedar como un sorete y pedirle que se fuera de casa, dado su estado. Así que resolví huir.

VI

Le comí la cabeza a mi jefe hasta que conseguí que me mandara a la casa matriz de la empresa en Barcelona, como experiencia laboral. Mi salida fue bastante digna, ya que los proyectos de ambos no coincidían (en realidad ella ya no tenía ninguno). Algunas personas me miraron mal, pero sin embargo, al partir de Ezeiza, mi familia y mis amigos más cercanos estaban allí para despedirme.

En España todo fue para mejor: el trabajo es genial, la vida mucho más grata que en Buenos Aires, los ataques de pánico desaparecieron y a las españolas les gustan bastante los porteños, así que buenísimo.

Hace unos días hablando por msn con una amiga, me contó que a Mariana la habían internado, porque había tenido un brote sicótico y se había querido cortar las venas. Busqué un emoticón que reflejara pesadumbre, lo envié y apuré el fin de la conversación. Cerré la laptop y me puse a pensar en la campaña del nuevo Ford.

 
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