jueves, mayo 24, 2007

Cajero automático

Bajé del taxi en Marcelo T y Talcahuano y decidí sacar dinero del cajero automático del HSBC que está en la esquina. No me quedaba plata y quería comprar cigarrillos y preservativos. Eran las 3 de la mañana, pero la zona estaba iluminada. Además, las copas de vino que había tomado con compañeros de oficina me daban una sensación de seguridad.

Entré y puse mi clave de seguridad. Luego, la suma que quería sacar ($ 150). Pronto, el cajero hizo ese ruidito previo a la entrega de dinero que hasta esa noche me causaba un secreto placer.

Pero inmediatamente noté algo raro. El fajo que salió de la ranura era demasiado grande. En efecto, contenía cuatro billetes (uno de $ 100 y dos de $ 20) y algo más: una foto tipo polaroid, en la que aparecía abrazado a dos amigas en un lago de Bariloche. Abajo a la derecha estaba la fecha en que había sido tomada la imagen: 25/1/95, diez años atrás.

Atónito, me quedé un par de minutos contemplando la foto (mi cara reflejaba la despreocupación absoluta que uno tiene a los 18 años, además de un sonrisa canchera), sin saber qué hacer.

Pensé en quejarme en el banco al día siguiente, pero ¿quién me iba a creer? Así que caminé media cuadra hasta mi casa, guardé la foto en una caja de zapatos y me metí despacito en la cama al lado de Marina, que por supuesto se despertó y me dijo algo así como “qué olor a alcohol” y siguió durmiendo.

A los tres días, volví a sacar dinero de un cajero, esta vez en el Banco Provincia de Montevideo y Quintana. De nuevo: menos dinero y una foto en la que aparecía dando un examen en la Facultad. A diferencia de la anterior, no recordé que alguien me hubiera tomado esa foto, que tenía por fecha 31/7/97.

La curiosidad fue dejando paso a la angustia a medida que las fotos que iba retirando del cajero se iban acercando en el tiempo y mostraban momentos oscuros de mi vida. Así, comencé a ver imágenes donde mi rostro estaba desencajado por el alcohol y las drogas, por no hablar de las que me mostraban en la cama con distintas mujeres.

El extraño álbum en la caja de zapatos se volvía cada vez más negro y cierta tarde de julio volví a mi casa y me encontré con Marina llorando y toda mi ropa revuelta. En su mano derecha tenía una foto en la que aparecía desnudo junto a Lara, una compañera de la empresa. La fecha de la polaroid, impresa a fuego, era inapelable.

Me fui a vivir a un hotel, con mi caja de fotos a cuestas. Saqué un par de veces dinero por la ventanilla, pero, a decir verdad, necesitaba ver más.

Lo que más ansioso me ponía era que la fecha de las fotos eran cada vez más cercanas. Así, un día recibí, junto con 240 pesos, una foto de ese mismo momento. Es decir, de mí retirando dinero. Busqué la cámara alrededor y ubiqué la de seguridad, pero comprendí que no podía tener nada que ver con mi problema.

El 15/12/05, por fin, sucedió lo que estaba esperando. Un cajero me dio una foto con fecha 16/12/05. Pero lo peor no era eso. La imagen me mostraba tendido en el piso, con el rostro completamente desfigurado, sangrando. No pude darme cuenta si estaba vivo o muerto.

Desesperado, intenté descifrar qué tipo de vereda era, de dónde podía ser. Pasé la tarde deambulando por la Ciudad, nervioso, hasta que decidí meterme en un bar y tomarme todas las cervezas que pudiera. No bien comencé con la segunda botella, alguien comenzó una pelea detrás de mí...

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