miércoles, mayo 30, 2007

Leche

La media mañana era su momento favorito del día. Los chicos ya se habían ido al colegio y Matías al estudio, así que disponía de todo el tiempo para leer revistas, chequear el correo y tomarse un café con tranquilidad.

Luego de repasar un par de revistas de chismes, se puso a hacer la lista del supermercado:

- pasta de dientes
- jabón
- bananas
- peras
- tomates
- manzanas
- lechuga
- leche

Al llegar acá se detuvo. Un malestar indefinible gobernaba su cuerpo. Se tomó una pastilla, esperó unos instantes y comenzó a pensar en otra cosa, como le había recomendado su psiquiatra... Los chicos, ese era otro de sus motivos de preocupación. No Nadia, quien tenía 15 años y a quien le iba perfecto en el colegio. Pero Nicolás, de 10, era otra cosa... tenía problemas de conducta y dificultades para las materias. De hecho, ayer había reprobado Historia del siglo XXI con un 2. Matías lo castigó severamente: un mes sin salidas con sus amigos.

Secretamente, ella amaba más a su hijo menor. Necesitaba más apoyo, eso era todo, era su alegría, lo que más felicidad le daba en su monótona vida de ama de casa. Pensó en tomar algo antes de su clase de gimnasia y se preparó un café.

Fue a la heladera a buscar leche, para cortarlo, pero en cuanto tomó el envase esos pensamientos que debía evitar volvieron a invadirla. Leyó una vez más el cartón para tranquilizarse. “Leche de alta calidad sin conservantes, que mantiene su frescura y sabor por periodos prolongados debido al proceso de esterilización, tratamiento térmico UAT y su envase aséptico. Tiene menos de 1000 bacterias por ml. Es una fuente de vitaminas y minerales necesarios para el cuerpo humano”.

Se puso a temblar, pero como le habían indicado, continuó con el proceso y le agregó leche al café. Mientras lo tomaba no pudo evitar pensar en las mujeres de las cuales provenía esa leche, y los yogures, la manteca, el queso y demás lácteos que ella y su familia consumían.
Recordó una vez más a su psiquiatra. Esas mujeres no tenían nada que ver con ella. Eran clonadas para tal fin. No tenían sentimientos ni podían pensar. Sólo daban leche.

Siguió bebiendo y se terminó el cortado. Lavó y guardó el vaso y el platito y se cambió el pijama por la ropa de hacer deportes. Mientras lo hacía vio que el envase de leche seguía allí. Y por enésima vez volvió a pensar en su bisabuelo, que le contaba que cuando él era un niño, la gente tomaba leche de animales. De vacas, más que nada. Esta vez sí, no pudo reprimir la arcada y se fue a vomitar al baño.

jueves, mayo 24, 2007

Cajero automático

Bajé del taxi en Marcelo T y Talcahuano y decidí sacar dinero del cajero automático del HSBC que está en la esquina. No me quedaba plata y quería comprar cigarrillos y preservativos. Eran las 3 de la mañana, pero la zona estaba iluminada. Además, las copas de vino que había tomado con compañeros de oficina me daban una sensación de seguridad.

Entré y puse mi clave de seguridad. Luego, la suma que quería sacar ($ 150). Pronto, el cajero hizo ese ruidito previo a la entrega de dinero que hasta esa noche me causaba un secreto placer.

Pero inmediatamente noté algo raro. El fajo que salió de la ranura era demasiado grande. En efecto, contenía cuatro billetes (uno de $ 100 y dos de $ 20) y algo más: una foto tipo polaroid, en la que aparecía abrazado a dos amigas en un lago de Bariloche. Abajo a la derecha estaba la fecha en que había sido tomada la imagen: 25/1/95, diez años atrás.

Atónito, me quedé un par de minutos contemplando la foto (mi cara reflejaba la despreocupación absoluta que uno tiene a los 18 años, además de un sonrisa canchera), sin saber qué hacer.

Pensé en quejarme en el banco al día siguiente, pero ¿quién me iba a creer? Así que caminé media cuadra hasta mi casa, guardé la foto en una caja de zapatos y me metí despacito en la cama al lado de Marina, que por supuesto se despertó y me dijo algo así como “qué olor a alcohol” y siguió durmiendo.

A los tres días, volví a sacar dinero de un cajero, esta vez en el Banco Provincia de Montevideo y Quintana. De nuevo: menos dinero y una foto en la que aparecía dando un examen en la Facultad. A diferencia de la anterior, no recordé que alguien me hubiera tomado esa foto, que tenía por fecha 31/7/97.

La curiosidad fue dejando paso a la angustia a medida que las fotos que iba retirando del cajero se iban acercando en el tiempo y mostraban momentos oscuros de mi vida. Así, comencé a ver imágenes donde mi rostro estaba desencajado por el alcohol y las drogas, por no hablar de las que me mostraban en la cama con distintas mujeres.

El extraño álbum en la caja de zapatos se volvía cada vez más negro y cierta tarde de julio volví a mi casa y me encontré con Marina llorando y toda mi ropa revuelta. En su mano derecha tenía una foto en la que aparecía desnudo junto a Lara, una compañera de la empresa. La fecha de la polaroid, impresa a fuego, era inapelable.

Me fui a vivir a un hotel, con mi caja de fotos a cuestas. Saqué un par de veces dinero por la ventanilla, pero, a decir verdad, necesitaba ver más.

Lo que más ansioso me ponía era que la fecha de las fotos eran cada vez más cercanas. Así, un día recibí, junto con 240 pesos, una foto de ese mismo momento. Es decir, de mí retirando dinero. Busqué la cámara alrededor y ubiqué la de seguridad, pero comprendí que no podía tener nada que ver con mi problema.

El 15/12/05, por fin, sucedió lo que estaba esperando. Un cajero me dio una foto con fecha 16/12/05. Pero lo peor no era eso. La imagen me mostraba tendido en el piso, con el rostro completamente desfigurado, sangrando. No pude darme cuenta si estaba vivo o muerto.

Desesperado, intenté descifrar qué tipo de vereda era, de dónde podía ser. Pasé la tarde deambulando por la Ciudad, nervioso, hasta que decidí meterme en un bar y tomarme todas las cervezas que pudiera. No bien comencé con la segunda botella, alguien comenzó una pelea detrás de mí...

 
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